Un equipo de la Universidad de Zaragoza ha logrado por primera vez reconstruir las sequías de 1694 a 2012 a partir del índice de precipitación y el estudio de los anillos de crecimiento de los árboles. Según el trabajo, los doce meses anteriores al mes de julio de 2012 fueron los más secos.
Las sequías son un fenómeno recurrente en la cuenca mediterránea con consecuencias negativas para la sociedad, las actividades económicas y los sistemas naturales. Nadie parece dudar sobre el hecho de que las temperaturas aumenten desde hace unas décadas en todo el planeta. Sin embargo, la percepción de esta tendencia no parece tan evidente cuando se trata de precipitaciones, de las que se tienen datos a partir del año 1950.
Para comprobar la evolución de las sequías, científicos del departamento de Geografía de la Universidad de Zaragoza han utilizado información indirecta, como el estudio de los anillos de crecimiento de los árboles, para reconstruir el clima de la cordillera ibérica desde 1694 y analizar los periodos secos a partir del Índice Estandarizado de Precipitación (SPI). Los investigadores recogieron 336 muestras y 45.648 anillos de crecimiento de cinco especies diferentes (P. sylvestris, P. uncinata, P. nigra y P. halepensis) a partir de 21 localizaciones de la provincia de Teruel, al este de la península ibérica, a una altitud media de 1.600 metros.
36 años de extrema sequía
Los resultados, publicados en International Journal of Biometeorology, han permitido evaluar las sequías de los últimos tres siglos y revelan que los doce meses que precedieron al mes de julio de 2012 fueron los más secos de todo el periodo contemplado. Además de estos periodos, hubo 36 años extremadamente secos y 28 años muy húmedos desde finales del siglo XVII. Muchos de estos acontecimientos extremos se asocian con cambios históricos y culturales catastróficos de los últimos tres siglos. De hecho, el año 1725 se conoce como ‘El año sin cosecha’ en Monegros. La reconstrucción de las sequías a partir de la dendrocronología no permite hacer predicciones de manera directa de eventos extremos futuros, aunque estas reconstrucciones sí se utilizan para validar los modelos de cambio climático futuro.