El esperado fin de semana semi primaveral lleno de sol después de un invierno oscuro ha sido un revulsivo para los senderistas y amantes de la naturaleza que se han echado al campo en tromba. Nosotros seguimos en busca del sendero infinito
Sales un sábado soleado, el primero después de un invierno, oscuro, ventoso como el que hemos tenido. Sales como digo, sin prisa sin madrugar, con el fin de dar un paseo y comer fuera de casa, sin proponerte ningún reto de ruta cañera. Elegimos la Dehesa de Somosierra, que aunque no es la mejor época, nos parecía que no habría demasiada gente, y acertamos… en lo del personal, porque esta vez “Natura” no ha querido que hiciéramos la ruta circular completa.
El arroyo de los Cambronales
Dejamos el coche en el pequeño parking de arena en el margen izquierdo de la antigua carrera N-1 antes de llegar a Somosierra, el inicio del mismo ya adelantaba en forma de “señal” lo que más adelante nos impediría seguir, un reguero limpio, brillante y nutrido bajaba alegre comunicándonos que la montaña estaba “cargadita” de agua. al subir la escueta rampa que nos deja alas puestas de la Dehesa de Somosierra, los robles se hacen los amos del camino y la incipiente primavera deja paso al rastro del otoño anterior en forma de extensa alfombra cobertora de hojas en prácticamente todo el recorrido. Al bajar la cuesta y encontrarnos con el Arroyo de los Cambronales, nos percatamos que el mismo baja con fuerza y cargadito y que el primer “cruce” del mismo se hace imposible, y mira que a nosotros nos gusta “mojarnos” y tenemos cierta tendencia y sabiduría para cruzar vías de agua, vicio adquirido por cualquier mortal en cuanto ha hecho un par de barrancos…
Seguimos ascendiendo por el margen izquierdo del arroyo en busca de un paso mejor, los acebos presumen de su brillo y limpieza inusual, yo siempre me he preguntado ¿por qué brillaran y están tan limpios siempre los acebos? entre los sucios robles desnudos destacan muchísimo, nosotros a lo nuestro, semi agachados avanzando entre el pasillo de ramajes que nos impide ir erguidos y en busca de ese paso que no acaba de verse. Hacemos dos intentonas más, un poco más arriba del arroyo, pero el mismo comienza a embarrancarse con la pared y el desnivel de la montaña y optamos por desandar nuestros pasos en busca de un lugar más parodiado para el cruce más abajo…
…lo que es imposible.
Al bajar nos encontramos a varias parejas de senderistas y un Forestal, todo el mundo esta en la misma situación… el forestal, muy amable sugiere otras rutas, nosotros muy cabezones, nos despedidos e intentamos una vez más cruzar el arroyo que baja con poderío sin descalzarnos, buscando algún rincón angosto que nos sirva de paso, tras alguna escaramuza, decidimos abandonar y volver al coche, la mañana nos tenia reservada otros regalos para nuestros ojos.
Al estar tan cerca, nos acercamos al chorro de Somosierra, si, ese que todos vemos desde el coche cuando transitamos por la A-1 a la altura del Puerto de Somosierra. Aquí el río Duratón da sus primeros pasos en forma de espectacular cascada. Más conocida por “El chorro” pero se llama la cascada de los Litueros, nombre del paraje donde se encuentra. Desde el coche no llega a apreciarse su grandiosidad ni belleza. Este es un lugar muy concurrido por los típicos urbanitas, si, esos que no salen mucho al campo. Por sus atuendos y calzados impropios se les reconocerá. Ellos piensan que van apropiados, y de por si se han vestido para la ocasión, pero cantan a la legua… no es que todos los urbanitas sean así ni mucho menos, pero Vds ya me entienden…
El chorro poderoso y embellecido por los rayos del sol de un día fantástico no deja ser algo magnético que emboba durante minutos. Una vez hechas las fotos de turno y disfrutando del rugir de la cascada, volvemos nuestros pasos hacia el coche, poco a poco el ruido del agua da paso al ruido de los vehículos que también bajan como balas a la llanura segoviana.
Del Chorro de Los Litueros a Piñuecar
De oca oca y tiro porque me toca, nos disponemos a movernos hasta Piñuecar, minúscula localidad enmarcada en un territorio agradable donde los haya… Allí daremos cuenta al estomago, en nuestro clásico “La vaca gandula” aprovechando que tiene una terraza orientada al sol y este sábado es de los de colección, son de esos días que no tienes ni frío ni calor…un excelente día de pre-primavera. Antes de que Fernando nos agasaje en su terraza disfrutamos de un pequeño paseo a las afueras del pueblo por el camino de Aoslos en los parajes de la Fresneda persiguiendo con la mirada a los inteligentisimos rabilargos que huelen y huyen de nuestra presencia con rapidez. El paisaje esta tocado de belleza primaveral, el verdor de los pastos rezuma agua por doquier, el hambre aprieta y nos damos la vuelta.
Los caminos de la memoria
El café del postre parece teñir la tonalidad del astro sol, este invita a caminar por la ruta de los búnkers de la guerra civil, que sale por el camino que lleva a Buitrago desde Piñuecar, a nosotros nos “llama” la luz de la tarde, más que cualquier otra cosa, el camino embarrado encharcado a la altura del campo santo invita a serpentear por los bordes del mismo. Según avanzamos y dejamos a nuestra derecha el cerro de Piñuecar camino de Cabeza Retamosa el silencio y la tarde se hacen uno, es un autentico placer disfrutar de este camino solitario y de una tarde cargada de regatos, charcas, chorreras y multitud de canales de agua limpia allá donde mires. En silencio sobre unas rocas graníticas en forma de asiento nos quedamos absortos escuchando el trinar de varias especies de pequeñas aves que no atinamos a localizar ni a identificar. La luz del sol con más café que leche anuncia un día de campo perfecto, estas sensaciones que nos proporciona la naturaleza de vez en cuando, son autentica medicina para el alma, se puede transitar en la peninsula ibérica por un sendero intercalado pero infinito.