Gabriel Albiac sacude el pensamiento contemporáneo con su ensayo ‘El eclipse del padre’
El filósofo madrileño presenta en el Ateneo de Madrid una obra provocadora que invita a revisar críticamente las raíces culturales, familiares y simbólicas de la autoridad en una sociedad marcada por el relativismo y el culto a la identidad.
¿Qué queda de la figura del padre en la era de las identidades líquidas?
Con su inconfundible estilo literario, Gabriel Albiac vuelve a la carga. Esta vez, lo hace con un ensayo que se adentra en uno de los grandes vacíos simbólicos de nuestro tiempo: la desaparición del padre. Bajo el título El eclipse del padre. Una crítica de la razón woke, el filósofo presentará su obra este sábado, 28 de junio, a las 12:00 horas, en la Sala Ramón y Cajal del Ateneo de Madrid, acompañado por los pensadores José Sánchez Tortosa y Julio Valdeón, y con la presentación de Carmen Bueno, de la Sección de Pensamiento Marginal.
No es una obra más. Albiac lanza un alegato, al tiempo lúcido y desesperanzado, sobre la disolución del orden simbólico que ha estructurado la civilización occidental desde hace milenios. Y lo hace con la precisión quirúrgica de un filósofo curtido, pero también con la sensibilidad estética de un literato que sabe que las ideas importan más cuando emocionan.
De Edipo a Morrison: una genealogía de la rebeldía
El arranque del ensayo es más que simbólico. Corre el verano de 1966 y un jovencísimo Jim Morrison se sube al escenario del Whiskey a Go-Go. Envuelto en un colocón monumental y con un pie en el teatro griego, improvisa en medio del concierto una escena ritual en la que, sin ambages, se atreve a pronunciar ante el público: «Padre, quiero matarte. Madre, quiero follarte». Morrison no hace más que repetir a su manera la tragedia de Sófocles, pero el eco resulta insoportable incluso en la California del LSD y la contracultura. La banda es expulsada del local. El escándalo estalla. Y la provocación se convierte en metáfora.
Para Albiac, ese episodio marca el inicio de un viraje: una época que reniega de la herencia simbólica —la del padre como ley, como límite, como frontera entre naturaleza y cultura— y se desliza hacia el caos identitario. Morrison no es un simple rockero desbocado. Es el síntoma de un mundo que ha perdido su eje y se adentra en la orfandad cultural.
El fin de la filiación y la fragilidad del sujeto
En los capítulos centrales del libro, Albiac traza un recorrido denso, pero fascinante, por los referentes culturales que han dado forma a la figura paterna: el Odiseo de Homero, el Kafka de la Carta al padre, el Freud de Tótem y tabú, el Sartre de Las palabras. Pero sobre todo, la clave está en la lectura de Lévi-Strauss y su análisis de la prohibición del incesto como el origen del paso de la naturaleza a la cultura. Ahí se juega todo: la instauración de un límite, la renuncia al deseo, la aceptación de la ley. Sin ese tránsito, sin esa renuncia simbólica al padre, el ser humano queda reducido a su biología.
Y, sin embargo, ese lazo se ha podrido, como advertía Sartre. «No hay padre bueno», escribe Albiac, citando al filósofo francés. La sospecha es brutal, pero necesaria: el vínculo fundacional está roto. La filiación ha sido sustituida por vínculos emocionales o por estados de opinión. La autoridad se convierte en objeto de sospecha, y la educación ya no es transmisión, sino disolución. En ese contexto, el sujeto contemporáneo —descafeinado, hiperestimulado, sin raíces ni memoria— queda a la deriva.
Contra la ideología de la disolución
El subtítulo del ensayo no deja lugar a dudas: Albiac dirige su crítica a lo que denomina la «razón woke», una nueva forma de pensar que —en su diagnóstico— ha sustituido la verdad por la emoción, la ley por la victimización, el discurso racional por el sentimentalismo. No es una crítica superficial ni panfletaria: es una advertencia. Para el autor, el peligro no está en la pluralidad de identidades ni en la transformación de los modelos de familia, sino en la demolición de los pilares simbólicos que hacían posible la convivencia.
A través de un entrelazado de referencias mitológicas, literarias y filosóficas, el autor desgrana cómo esa «orfandad ideológica» ha dado paso a una sociedad donde la noción de padre ha sido desmantelada, no por deseo de justicia, sino por incapacidad de asumir el conflicto. La herencia, como concepto, es desplazada por la autoafirmación. La educación cede ante la validación emocional. Y la cultura se vuelve espuma.
¿Y ahora qué? Una advertencia sin consuelo
El eclipse del padre no ofrece respuestas fáciles. Tampoco consuelos. Es una obra incómoda, en el mejor sentido de la palabra. Albiac no pretende salvar al lector, sino sacudirlo. Lo suyo no es un ejercicio nostálgico ni reaccionario, sino un intento de pensar desde el abismo. «Padre, aparta de mí este cáliz», cita en varios momentos, evocando tanto a Cristo como a Vallejo. Pero el cáliz no se aparta. La historia —la propia, la colectiva— no se puede borrar.
Con una prosa elegante y un enfoque erudito pero apasionado, Albiac firma un texto que invita a reflexionar sobre nuestro tiempo desde una perspectiva tan poco habitual como necesaria: la del duelo cultural. El eclipse del padre es, en el fondo, el eclipse de la autoridad, del relato común, del lenguaje compartido. Y sin eso, ¿qué nos queda?
Gabriel Albiac
Gabriel Albiac (Utiel, 1950) es escritor y filósofo. Fue catedrático de Filosofía en la Universidad Complutense, donde es profesor emérito.
Su libro La sinagoga vacía, que revolucionó los estudios sobre el pensamiento sefardita de la Ámsterdam del siglo XVII y en la obra de Baruch Spinoza, mereció el Premio Nacional de Ensayo en 1988. Ha publicado diversas investigaciones y ensayos, incluida una edición crítica de los Pensamientos de Blaise Pascal. Es autor de un poemario y de cuatro novelas, entre ellas Dormir con vuestros ojos, así como de sus memorias intelectuales, En tierra de nadie, y el ensayo Elogio de la filosofía, los tres títulos publicados en La esfera de los libros. Sus textos han sido traducidos al inglés, francés, italiano y turco.
Su labor como columnista desde 1989, primero en El Mundo, luego en La Razón y finalmente en ABC, fue reconocida con el Premio González Ruano y el Premio Mariano de Cavia. En la actualidad es columnista en El Debate.
