La renaturalización del Manzanares ha cambiado la estampa madrileña hasta tal punto que ha sorprendido a propios y extraños. Ni políticos, ni ecologistas ni vecinos esperaban tal explosión de la naturaleza.
La flora y la fauna han emergido de manera inusual y en dos años, 50 especies de aves se han instalado en las inmediaciones del río junto con centenares de peces y 2.000 ejemplares de árboles autóctonos -censados hasta el momento- que desde hacía décadas no se veían en esos 7,5 kilómetros de este río que nace en la sierra de Guadarrama, en el norte, y desemboca, tras 92 kilómetros de recorrido, en el río Jarama, en el término municipal de Rivas-Vaciamadrid, al sur.
“El proyecto de renaturalización en primer lugar consistió en abrir todas las compuertas y ver cómo reaccionaba el río. Y como es un cauce muy ancho para el agua que lleva -40 metros de ancho por cuatro de alto- ha reaccionado creando islas y orillas. En las islas crece la vegetación natural por su cuenta y riesgo. Son casi todo especies autóctonas, las semillas las ha traído el propio río”, explica Santiago Martín Barajas, portavoz de Ecologistas en Acción.
Cinco especies de sauces
Hay cinco especies de sauces -cuatro autóctonos y uno japonés- y ha crecido también el álamo blanco, con su hoja grisácea, y el álamo negro, de un verde fosforito. Algunos de ellos alcanzan ya los nueve metros de altura. “Se están saliendo de todas las tablas de crecimiento. Nosotros pensábamos que iba a pasar algo así, pero no tan rápido, ni tan bien. Pensábamos que pasaría en cinco o siete años, no ahora, en dos o tres. Ni teníamos previsto que nacieran tantos árboles en su tercera primavera”.
Un éxito que ni el Ayuntamiento de Madrid ni Ecologistas en Acción, organización que propuso el proyecto en 2015, preveían. Lo creyeran o no, lo cierto es que el área de Medio Ambiente de Inés Sabanés dio luz verde hace dos años a levantar las compuertas de todas las presas que embalsaban el agua del río desde 1955. “Lo estancaron porque querían que pareciera grande, como el Támesis o el Sena. El problema es que el caudal que hay es el que hay. Lo que hacían era embalsarlo y a consecuencia de ello en verano tenías malos olores y estaba lleno de mosquitos. Y no era un río, era una sucesión de piscinas malolientes”.
Levantar las puertas de las presas supuso en primer lugar que el agua corriera a su antojo y en segundo la multiplicación de los peces.