Pastillas para dormir, recetas para vivir: el lado oculto de los hipnosedantes en la adolescencia
Mientras crece el uso de fármacos para calmar el insomnio o la ansiedad entre los jóvenes, especialmente entre las chicas, se abre un debate incómodo: ¿estamos medicando el malestar emocional en lugar de atenderlo?
El fármaco como refugio emocional
Cada vez más adolescentes en España encuentran en una pastilla la respuesta inmediata a lo que antes se trataba con diálogo, acompañamiento o tiempo. Según los últimos datos de la encuesta ESTUDES, uno de cada cinco estudiantes de entre 14 y 18 años ha consumido hipnosedantes al menos una vez en su vida. Una cifra que, lejos de ser aislada, muestra una tendencia al alza que atraviesa generaciones y refleja un patrón de fondo: la medicalización del malestar emocional como solución rápida y silenciosa.
Este fenómeno preocupa especialmente por su normalización. Mientras la palabra “droga” suele evocar imágenes estereotipadas, los hipnosedantes se han infiltrado en muchos hogares bajo una apariencia de legitimidad médica, dejando de ser percibidos como un riesgo y pasando a ser una rutina. Una rutina peligrosa.
Más allá de la receta: ¿quién cuida del seguimiento?
Si bien la mayoría de los consumos se producen tras prescripción médica, no siempre existe un seguimiento terapéutico adecuado ni alternativas paralelas como apoyo psicológico. Así, lo que debería ser un tratamiento puntual para casos diagnosticados, se convierte en una solución automática a cualquier forma de angustia.
Pero lo más alarmante es que el 10 % del alumnado ha consumido estos fármacos sin receta médica. Es decir, acceden a ellos de manera informal: desde el botiquín familiar, algún adulto o incluso el propio entorno escolar. Este tipo de consumo, ajeno al control sanitario, señala una grieta profunda: la facilidad de acceso y la trivialización del riesgo.
Las cifras hablan… pero el género grita
Uno de los datos más llamativos y preocupantes es la diferencia entre chicos y chicas. Una de cada cuatro adolescentes ha tomado hipnosedantes frente a uno de cada ocho chicos. Esta brecha no ha parado de crecer y evidencia que la presión emocional no se reparte por igual.
Según el Consejo Español de Drogodependencias y Adicciones, esta diferencia no responde simplemente a que ellas sufran más, sino a que las recetas médicas se convierten en respuestas apresuradas ante una sobrecarga emocional femenina muchas veces invisibilizada: cuidado de otros, autoexigencia, ansiedad por la imagen, acoso, y múltiples formas de violencia estructural.
“Estamos enseñando a muchas chicas jóvenes que su malestar no merece ser escuchado, solo silenciado”, se denuncia desde Fad Juventud. Una advertencia que pone sobre la mesa la necesidad urgente de replantear las respuestas al sufrimiento adolescente.
La sociedad que prescribe en lugar de acompañar
Detrás de cada pastilla tomada sin conversación previa, sin espacio de escucha o sin alternativas reales, hay un mensaje que cala: toma esto y sigue adelante. Una lógica que ignora que el malestar emocional no siempre requiere ser silenciado, sino comprendido.
Beatriz Martín Padura, directora general de Fad Juventud, lo resume con contundencia: “No cuestionamos el uso médico de estos fármacos, sino su abuso como única respuesta ante el sufrimiento. La sobremedicación no es un fallo individual, sino el reflejo de un modelo que aún margina la prevención y la educación emocional”.
¿La pastilla como única salida?
Cuando niñas, niños y adolescentes no encuentran espacios para hablar de lo que les duele, cuando el sistema educativo no prioriza el bienestar emocional, cuando los padres y madres se sienten desbordados, la solución más rápida y accesible puede parecer la medicación. Pero a largo plazo, ese parche solo tapa la herida, no la cura.
El problema, además, no es únicamente sanitario. Es social, estructural y profundamente cultural. Estamos enseñando a nuestros jóvenes que hay que funcionar a toda costa, incluso a expensas del equilibrio emocional.
Un enfoque con mirada comunitaria y género
Desde Fad Juventud se propone un cambio de paradigma: pasar de la solución individual y médica al acompañamiento colectivo y preventivo, con políticas públicas que atiendan el malestar desde sus causas, no desde sus síntomas. Un enfoque que reconozca la diferencia de género, que trabaje desde la comunidad educativa y familiar, y que devuelva al adolescente el derecho a sentir, preguntar y ser escuchado.
“El bienestar emocional no se receta. Se construye”, sentencian desde la organización. Y para ello hacen falta más espacios de confianza, más profesionales accesibles y una sociedad que no trate el dolor como un estorbo, sino como una señal de alerta.