Cerca del 60 % de las reservas actuales de petróleo y gas metano fósil, y el 90% de las de carbón deben permanecer bajo tierra para 2050 si queremos tener al menos un 50 % de posibilidades de cumplir con los objetivos establecidos por el Acuerdo de París.
Los combustibles fósiles representan en la actualidad el 81 % del consumo mundial de energía
Un estudio de modelización, publicado en Nature, subraya la necesidad de poner límites estrictos e inmediatos a la extracción de combustibles fósiles. En 2015, un artículo publicado en la misma revista estimó que un tercio de las reservas de petróleo, la mitad de las de gas y más del 80 % de las de carbón deberían quedar sin utilizar en 2050 para tener una oportunidad de limitar el calentamiento global a 2 °C.
Este nuevo trabajo, liderado por Dan Welsby del University College de Londres (Reino Unido), establece que la limitación debe ser más estricta. Los combustibles fósiles representan en la actualidad el 81 % del consumo mundial de energía.
Un aumento en las reservas de petróleo
“Observamos un aumento espectacular del volumen de reservas de petróleo que deben permanecer sin extraer a escala mundial en nuestro documento (58 %) respecto al de 2015 (33 %). Este aumento se debe en gran medida al menor balance de carbono, pero también a los avances cruciales del modelo desde 2015, incluidos los últimos datos sobre el coste y el potencial de despliegue de las energías renovables variables (eólica y solar), así como de los vehículos eléctricos de batería”, dice a SINC Welsby.
El científico y su equipo ampliaron el análisis previo para incluir los perfiles de las principales regiones productoras. En el caso de Oriente Medio, por ejemplo, la producción de petróleo ha alcanzado su punto máximo en la actualidad y tendría que disminuir en un 2 % anual hasta 2050. El nivel de reservas no extraíbles sería de un 62 %. “Esto tiene importantes implicaciones para los productores de las regiones que dependen en gran medida de los ingresos de los hidrocarburos para sostener la economía nacional”, señala el investigador.
Todo el petróleo y el gas no explotados en el Ártico deben permanecer bajo tierra
Asimismo, todo el petróleo y el gas no explotados en el Ártico deben permanecer bajo tierra según este trabajo. “Nuestro trabajo respalda firmemente las investigaciones anteriores sobre la importancia de un descenso controlado de la producción, para garantizar que las economías que dependen de ello se diversifiquen ahora, dado el nivel de reducciones necesarias de la demanda mundial de petróleo y gas”, subraya Welsby.
Los autores del trabajo utilizaron el mismo modelo de la investigación de 2015, denominado TIAM-UCL, pero con numerosas actualizaciones y mejoras. La distribución regional de la producción de combustibles fósiles se determina según el coste de producción dentro de cada región para cada categoría de recursos, la intensidad de carbono de la producción y el coste de las tecnologías alternativas.
Alternativas para una rápida conversión a energías limpias
Los investigadores han utilizado los datos más recientes para proyectar los costes futuros de las principales tecnologías con bajas emisiones de carbono, como la eólica, la solar y los vehículos eléctricos de batería. “La reducción de costes de estas tecnologías ha sido espectacular, incluso desde el documento de 2015. Vemos un rápido despliegue de las tecnologías solar y eólica, así como un aumento de la producción de hidrógeno a partir de la electrólisis sobre todo como combustible de entrada para la flota naval mundial”, enfatiza Welsby.
Dada la escala de despliegue necesaria para empujar el sistema energético mundial hacia una trayectoria neta cero para la década de 2050, los científicos estiman que existe un enorme potencial dentro de las tecnologías de baja emisión de carbono para proporcionar puestos de trabajo e inversión.
“El principal mecanismo es el precio del carbono, aunque existen otras políticas del lado de la demanda y de la oferta que ayudarían a la transición. Por ejemplo, la prohibición de ciertas tecnologías como en el Reino Unido de la venta de nuevos coches de gasolina y diesel a partir de 2030; la regulación efectiva para minimizar o eliminar las fugas de metano de las cadenas de suministro de petróleo y gas; la eliminación de los subsidios a la producción, exenciones fiscales o incentivos fiscales para los productores; y moratorias a las nuevas licencias de producción y exploración de petróleo y gas”, asegura el científico.
La producción mundial ya ha alcanzado su máximo
Una de las principales conclusiones de este análisis es que la producción mundial de petróleo y gas ya ha alcanzado su máximo, aunque encuentran variaciones regionales, especialmente en el caso del gas. “Hemos comprobado que la producción mundial de estos dos combustibles debe disminuir a un ritmo medio anual de aproximadamente un 3 % entre 2020 y 2050. En petróleo, todas las regiones registran un pico de producción ahora (incluidos Oriente Medio, Rusia y el Caspio, Europa, América Central y del Sur) o en 2025 (Estados Unidos)”, argumenta el experto.
Por su parte, la producción de Oriente Medio debería disminuir un 2 % anual hasta 2050, mientras que la de EE UU (una vez que se alcance el pico de producción en 2025, lo que equivale aproximadamente a los niveles de producción de 2019), en torno al 4 % anual. “El descenso de la producción anual ligeramente inferior en Oriente Medio (en comparación con la media mundial) refleja la competitividad de los costes de las reservas”, indica Welsby.
En el caso del gas
En el caso del gas, hay más variaciones regionales, pero esto depende del rápido descenso de la producción en las economías desarrolladas. Por ejemplo, en EE UU la disminución debería estar en torno al 8 % anual a partir de 2020, mientras que en África y Oriente Medio crece hasta 2035 antes de disminuir para 2050.
“Lo más importante es que si cualquier país o región añade una unidad de petróleo o gas a la oferta neta mundial, debe contrarrestarse con reducciones de la producción en otros lugares. Esto garantiza que de la producción la trayectoria mundial (y, por lo tanto, el presupuesto mundial de carbono) se mantenga en el buen camino”, afirma el investigador.
Se observa que las economías desarrolladas (EE UU, UE, Canadá) reducen su producción más rápidamente, lo que deja más espacio en el presupuesto de carbono para las regiones en desarrollo. “Esto pone en tela de juicio los planes actuales de ampliar las licencias de perforación y desarrollar nuevos yacimientosen provincias maduras productoras de hidrocarburos como el Mar del Norte, ya que no se ha indicado dónde se producirán los recortes de producción para contrarrestar esta situación”, concluye.
Urge un declive inmediato
“Suponiendo que exista la voluntad política de cumplir los compromisos adquiridos en París, las reducciones de combustibles fósiles sugeridas en nuestro trabajo son totalmente factibles”, destaca Welsby. Sin embargo, el descenso de los combustibles fósiles debe complementarse con políticas, tanto por el lado de la demanda, como por el lado de la oferta.
Entre los recientes avances que dan motivos de esperanza para los autores están: el Tratado de No Proliferación de Combustibles Fósiles (que incluye un Registro Mundial de Combustibles Fósiles para ayudar a la transparencia de lo que se produce a nivel mundial), la atención a la eliminación de los subsidios a la producción, las exenciones fiscales y los incentivos fiscales para los productores de fósiles, así como la Alianza Más allá del Petróleo y el Gas (que incluye a Dinamarca y Costa Rica).
“También parece que los principales países productores reconocen que la diversificación de las economías para dejar de depender de los fósiles es fundamental y que, por lo tanto, es preferible un descenso controlado a un colapso repentino de los ingresos y las correspondientes repercusiones económicas”, destaca.
Por último, recuerdan que este trabajo puede suponer aún una subestimación de la situación, puesto que el modelo no tiene en cuenta las futuras retroalimentaciones del sistema terrestre, ni las incertidumbres en torno al ritmo de despliegue y la escala de las tecnologías necesarias para contrarrestar las emisiones.