En España, donde la diversidad cultural y geográfica es uno de sus mayores tesoros, resulta alarmante observar cómo los municipios españoles, esos bastiones de identidad y autonomía, se encuentran cada vez más atrapados en la red de directrices que provienen de Bruselas. Nos referimos, por supuesto, a la llamada Agenda 2030, un término que, por sí mismo, podría sonar inofensivo, pero que en la práctica está tomando la forma de una sutil pero constante invasión a la soberanía local.
La Agenda 2030, bajo el disfraz de las “agendas urbanas”, está transformando los municipios españoles en meros ejecutores de políticas que, en muchos casos, son percibidas como ajenas a las realidades locales. No es que estemos en contra de la sostenibilidad, la inclusión o el progreso social, pero ¿dónde queda la capacidad de decisión de los gobiernos municipales? ¿Qué pasó con esa independencia que, se supone, caracteriza a nuestros ayuntamientos? ¿Quién le ha preguntado a los españoles sobre si están de acuerdo con esta Agenda y todas sus ramificaciones? la respuesta es muy sencilla “Nadie” porque esta agenda que no solo se está ejecutando en Europa, se diseñó de la manera menos democrática posible, por personas y entidades que nadie las ha votado ni consultado, que disfrazada con sus buenos deseos y sus utopías globales, está dictando a nuestros alcaldes lo que deben y no deben hacer, como si fueran niños a los que hay que guiar de la mano.
Es curioso, por no decir irónico, que en un continente que tanto se vanagloria de su democracia, se esté reduciendo la voz de los gobiernos locales a meros altavoces de decisiones tomadas a miles de kilómetros de distancia.
¿Pero no deberíamos preguntar a los vecinos de esos municipios si están de acuerdo? ¿Acaso no es una forma de imponer, sin el suficiente debate, una serie de políticas que pueden no estar alineadas con las necesidades y deseos de la comunidad local?
¿O es que acaso ya se ha dado por hecho que la Agenda 2030 es incuestionable, y cualquier intento de oponerse a ella es visto como un acto de herejía política?
La ironía de todo esto es que, mientras se nos llena la boca hablando de descentralización y de la importancia de las políticas locales, en la práctica estamos viendo todo lo contrario. Se están centralizando las decisiones, pero no en Madrid, sino en Bruselas. Quizás es hora de que Bruselas escuche más y dicte menos. Porque, la verdadera sostenibilidad comienza con el respeto a la diversidad, no con su homogeneización. Lástima que el sentido común esté tan denostado.