Un rugido de siglos: el origen medieval de las fiestas
Lejos de ser un simple desfile colorido, las Fiestas de Moros y Cristianos tienen raíces profundas en la historia medieval. Su origen se remonta a los siglos posteriores a la Reconquista, cuando los reinos cristianos celebraban con teatralidad la recuperación de territorios en manos musulmanas. En Ontinyent, estas fiestas encuentran su referencia más antigua en el siglo XVI, aunque fue en el XIX cuando empezaron a consolidarse tal y como las conocemos hoy.
La historia ha dejado su huella en cada detalle: desde el papel de las comparsas hasta el ritual de la pólvora. Pero, a diferencia de otras localidades, Ontinyent ha sabido imprimir un carácter propio a esta celebración, más emocional que bélico, más integrador que revanchista. Aquí, moros y cristianos son dos caras del mismo legado cultural.
¿Qué hace únicas a las fiestas de Ontinyent?
Ontinyent no es Alcoy ni Villena. Y aunque comparte con estas ciudades la estructura general del festejo, lo cierto es que ha cultivado un estilo propio. La Entrada, que se celebra el viernes por la tarde, es un espectáculo de proporciones teatrales: más de 4.000 personas desfilan con trajes majestuosos, boatos coreografiados y músicas originales que transportan al espectador a épocas lejanas.
Uno de los elementos que más emociona es la Ambaixada, una representación dialogada entre los líderes de ambos bandos que culmina con la conquista cristiana del castillo. En Ontinyent, estas embajadas han evolucionado hasta convertirse en una pieza teatral de calidad, con guiones escritos por literatos locales y un tono épico que huye del maniqueísmo.
La pólvora como lenguaje emocional
La pólvora es mucho más que un accesorio en estas fiestas. Es una forma de expresión, una manera de canalizar la emoción colectiva. El «alardo», disparo ritual que acompaña la Ambaixada, se ha convertido en uno de los momentos más esperados. Los arcabuces retumban en las montañas que rodean la ciudad y cada disparo parece una nota más de una partitura ancestral que solo los ontinyentins saben interpretar.
Durante décadas, los festeros han luchado por preservar esta tradición, enfrentándose incluso a normativas restrictivas. Gracias a un compromiso riguroso con la seguridad y a una sólida organización, Ontinyent ha logrado mantener el uso de la pólvora sin que se pierda su esencia.
Anécdotas que forjan la leyenda
Pocas fiestas tienen un archivo oral tan rico como la de Ontinyent. Se recuerdan, por ejemplo, las entradas suspendidas por lluvias torrenciales que, sin embargo, no impidieron a los más entregados salir a desfilar empapados. O aquella vez en los años 80 cuando un camello, parte del boato moro, decidió sentarse en mitad del desfile y no hubo forma de moverlo.
También son legendarias las rivalidades entre comparsas, siempre amistosas, que han generado algunas de las puestas en escena más espectaculares. La comparsa Mozárabes, por ejemplo, fue pionera en incluir bailarinas profesionales en sus desfiles. La comparsa Cruzados, en cambio, se ha distinguido por sus cabalgaduras y carrozas de inspiración templaria.
Más allá del espectáculo: un motor social y económico
Las Fiestas de Moros y Cristianos no son solo un orgullo cultural, sino un auténtico revulsivo económico para Ontinyent. Hoteles llenos, bares sin un asiento libre, comercios decorados… Durante diez días, la ciudad late a un ritmo diferente. Más de 15.000 personas participan directa o indirectamente en su organización.
Además, existe una implicación intergeneracional que da continuidad a la tradición. Padres, hijos y abuelos comparten comparsa, ensayan juntos, diseñan trajes y cuidan hasta el más mínimo detalle de sus boatos. Las fiestas, por tanto, no solo se celebran en la calle, sino también en casa, en los talleres de costura y en los locales sociales de cada filà.
Una fiesta en constante evolución
Pese a su fidelidad a la tradición, Ontinyent ha sabido adaptar sus fiestas a los tiempos. Se ha invertido en sostenibilidad, reduciendo el uso de materiales contaminantes en los desfiles, y se ha mejorado la accesibilidad para personas con movilidad reducida. Incluso se han incorporado espectáculos nocturnos con tecnología audiovisual que permiten revivir la historia de forma inmersiva.
En los últimos años también se ha abierto un debate sobre la representación cultural, buscando evitar estereotipos en la iconografía musulmana. Aunque no hay consenso total, se valora cada vez más el enfoque respetuoso con las culturas representadas.
La emoción de un pueblo que no olvida quién es
Lo que hace verdaderamente única a esta celebración es que no está pensada solo para ser vista, sino para ser vivida. Los vecinos de Ontinyent no interpretan un papel: lo sienten. Cada desfile es una reafirmación de su identidad colectiva. Cada arcabuz, una forma de latido. Cada embajada, una mirada al pasado con los pies en el presente.
Las Fiestas de Moros y Cristianos de Ontinyent son, en definitiva, una de las joyas del patrimonio festivo español, una celebración que mira atrás sin dejar de avanzar. Donde historia y emoción se dan la mano. Donde todos, moros y cristianos, caminan juntos hacia el mismo final: la fiesta.