Una reciente investigación, con la destacada participación de Marcos Moleón Paiz, del departamento de Zoología de la Universidad de Granada (UGR), está obligando a replantearse una de las ideas más asentadas sobre cómo se alimentaban nuestros antepasados.
El estudio, publicado en la prestigiosa revista Journal of Human Evolution, redefine el papel del carroñeo en la subsistencia de las poblaciones humanas a lo largo de su evolución. Este trabajo multidisciplinar, que ha unido a paleontólogos, arqueólogos y ecólogos de varias instituciones españolas, incluido el Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH), concluye que comer carne de animales muertos de forma natural no fue solo una actividad de los primeros homínidos, sino una estrategia muy eficiente y complementaria a la caza y la recolección, que ha perdurado hasta el presente.
Carroñeo: menos esfuerzo y mayor eficiencia
Los investigadores han llevado a cabo una exhaustiva revisión de las ventajas e inconvenientes de esta práctica, llegando a la conclusión de que la principal fortaleza del carroñeo siempre ha sido el bajo coste energético que implica. Obtener alimento de un animal ya muerto requiere mucho menos esfuerzo y riesgo que una jornada de caza activa. Esta simplicidad la convierte en una alternativa altamente rentable, sobre todo en comparación con los peligros y la incertidumbre que conlleva abatir una gran presa. Esta visión contrasta directamente con la antigua creencia, que consideraba el carroñeo como una actividad de último recurso, poco digna y peligrosa.
Desmontando viejos mitos sobre el riesgo
Tradicionalmente, se ha argumentado que el carroñeo presentaba serias desventajas, como ser un recurso escaso e impredecible, o un alto riesgo de contraer enfermedades. Sin embargo, los resultados de este nuevo estudio ecológico desmienten estas percepciones. Según los autores, la carroña es más predecible de lo que se creía y, lo que es más importante, suele estar disponible precisamente en las épocas en que otros alimentos son escasos. Esto la convierte en un recurso clave para superar los temidos periodos de hambruna. Los investigadores subrayan: “Cuando mueren, los grandes mamíferos terrestres y marinos ofrecen toneladas de alimento fácilmente disponible que favorece el que muchas especies de carroñeros se toleren y se alimenten de forma simultánea”, lo que indica una abundancia que no se había valorado correctamente.
Adaptaciones humanas para una dieta carroñera
El equipo de investigación destaca que la evolución nos dotó de capacidades específicas para ser carroñeros eficaces. Los humanos poseemos adaptaciones anatómicas, fisiológicas, comportamentales y tecnológicas para esta tarea. El estómago, con su pH ácido, actúa como una primera línea de defensa contra patógenos. Además, la invención de la cocina con fuego minimizó drásticamente el riesgo de infección al consumir carne. A nivel físico, la capacidad humana de recorrer grandes distancias con un bajo gasto energético es fundamental para localizar grandes cadáveres, una habilidad imprescindible que nos distingue de otros mamíferos.
La tecnología y el lenguaje como herramientas de carroñeo
Más allá de lo biológico, el estudio resalta que nuestras habilidades sociales y tecnológicas jugaron un papel vital. El desarrollo del lenguaje, incluso en sus formas iniciales, permitió a los grupos humanos comunicarse y organizarse para la búsqueda de cadáveres o, incluso, para arrebatar la presa a grandes depredadores. En el plano técnico, la simple fabricación de lascas de piedra posibilitaba cortar la gruesa piel de los grandes animales y acceder a la carne. Incluso después de que otros depredadores hubieran comido, los humanos podían rebañar eficazmente los restos de carne y, mediante el uso de piedras como martillos, romper los huesos para acceder a la valiosa grasa y el tuétano de su interior, un recurso de alto valor calórico. Estas sencillas herramientas transformaron el acceso a la carroña en una actividad de alto rendimiento nutritivo.
Superando la visión lineal de la evolución
Históricamente, el consumo de carne en la evolución humana se ha enmarcado en un debate sobre si la caza fue una evolución lineal que sustituyó al carroñeo. Esta perspectiva, influenciada por ver a los grandes depredadores como la cima de la cadena alimentaria, relegaba el carroñeo a una actividad “primitiva” y subordinada. La nueva investigación refuta esta visión lineal. Los ecólogos han demostrado que todas las especies carnívoras consumen carroña en mayor o menor medida, y no es una práctica exclusiva de especies inferiores. Es más, muchos grupos humanos actuales de cazadores-recolectores continúan practicando el carroñeo como un comportamiento alimentario totalmente normal. En palabras de los autores: “Si hasta ahora se ha venido diciendo que “comer carne nos hizo humanos”, también se podría decir que comer carroña nos hizo humanos”. Esta conclusión sitúa el carroñeo no como una anécdota del pasado, sino como un comportamiento alimentario más que siempre ha formado parte de la exitosa estrategia de supervivencia humana, demostrando su resiliencia y su valor a lo largo de millones de años.












