El otoño es conocido por su luz aparentemente dorada, una percepción muy arraigada que, sin embargo, no siempre coincide con lo que dice la física. Antonio Manuel Peña García, catedrático del Área de Ingeniería Eléctrica en la Universidad de Granada y director del Grupo de Luminotecnia para la Seguridad y la Sostenibilidad, explica desde su experiencia cómo se forma esta imagen tan popular y qué hay detrás de ella.
Si alguien preguntara de forma sorpresiva cuál es el color de la luz en otoño, la mayoría responderíamos sin dudar que es dorado. Esta idea ha sido construida culturalmente y por la observación cotidiana, pero la explicación científica es más compleja, pues la luz que recibimos de nuestro sol varía según la estación y las condiciones atmosféricas. El otoño en el hemisferio norte se extiende desde el equinoccio (alrededor del 22 de septiembre) hasta el solsticio de invierno, un período en el que el sol se acerca a la Tierra pero con un ángulo de incidencia que cambia la manera en que percibimos su luz.
La física tras el color del cielo y la luz solar
La inclinación del sol en otoño hace que la luz pase de tonos azules a amarillos y rojizos cuando el astro está más cerca del horizonte, algo que se traduce en la sensación de una luz más cálida y “dorada”. Sin embargo, desde el punto de vista físico, la luz invernal debería ser incluso más dorada, pues el sol se encuentra en una posición aún más baja. Además, las condiciones atmosféricas, como la limpieza del aire tras las lluvias otoñales, influyen en la percepción del color, lo que significa que el otoño no tiene un color fijo y puede variar mucho según el contexto.
Percepción, cultura y literatura
La ciencia no siempre coincide con la idea popular de un otoño dorado. Escritores como Ramón del Valle-Inclán han descrito este momento del año como un tiempo lleno de luz dorada, un recurso literario que ha hecho ecos en la cultura popular y en otros autores y artistas, desde Octavio Paz hasta Juan Ramón Jiménez. El color dorado se asocia con las hojas caídas, rojas y amarillas, elementos que nuestra mente une a la luz ya las sensaciones cálidas propias de esta estación.
Azules y rojos: el misterio del color y la temperatura

La física indica que los colores azules representan las temperaturas más altas, mientras que los rojos las más bajas, lo contrario a lo que suele pensar la mayoría. Por ejemplo, la llama de un soplete es azul en su parte más caliente y roja en la más fría, y las estrellas azules son más calientes que las rojas. Sin embargo, nuestra asociación cultural entre el calor y el rojo puede ser resultado de nuestra historia evolutiva junto a fuegos rojos, generando una percepción que no necesariamente es correcta según la física.
¿Por qué imaginamos el otoño dorado?
La hipótesis del tono-calor sugiere que nuestras sensaciones y asociaciones mentales crean una imagen de otoño dorado que no siempre se corresponde con la realidad física. La presencia de hojas doradas y rojas nos hace proyectar ese color en la misma luz, construyendo un efecto visual y emocional que ha permeado en la cultura popular, sin que necesariamente esté respaldado por la luz que realmente llega a nuestros ojos.
Una estación entre ciencia y arte
El otoño, con su luz variable entre azul, blanco y dorado, es un espectáculo que junta aspectos físicos y emocionales. La luz cambia con la atmósfera, la hora o la ubicación, pero la necesidad humana de ligar colores y sensaciones da al dorado un lugar privilegiado como símbolo de esta estación. Así, la física y las artes dialogan para mostrarnos un otoño lleno de matices y significados.