¿Cómo tratar a un adolescente con anorexia o bulimia?

El trastorno de la conducta alimentaria (TCA) es la tercera enfermedad crónica en la adolescencia. De las 400.000 personas que padecen alguno de estos trastornos (los más comunes son la bulimia y la anorexia nerviosa), 300.000 son chicos y chicas de entre 12 y 24 años, según datos facilitados por la Fundación Fita y la Asociación Española para el Estudio de los Trastornos de la Conducta Alimentaria. Y, entre estos, las chicas son las más propensas a sufrirlos: antes de la pubertad, la proporción es de seis chicas por cada cuatro chicos.

© linayforma.com

¿Qué actitudes suelen presentar los jóvenes que empiezan a coquetear con estos trastornos? Y, sobre todo, ¿qué pueden hacer los padres si sospechan que su hijo ha dejado de comer o se da atracones con demasiada frecuencia?

Señales que delatan estos trastornos

Los expertos advierten de las señales de alarma que pueden indicar que un adolescente o bien tiene ya un trastorno de alimentación o está a punto de caer en él. Empezar a eliminar ciertos alimentos o grupos de alimentos de la dieta es uno de los primeros avisos.

Le suele seguir «la reducción del tipo de cocciones de los alimentos, priorizando las que minimizan la grasa (vapor, plancha…), o la disminución de la ingesta de comida en general o, al contrario, los atracones o la ingesta impulsiva de grandes cantidades», explica Neus Nuño Bermúdez, profesora del máster universitario de Psicología Infantil y Juvenil de la UOC.

Además, la experta en trastornos alimentarios señala que, en muchas ocasiones, las personas con bulimia o anorexia nerviosa evitan ir a comidas, salir con amigos o asistir a reuniones familiares, y a veces presentan una conducta deportiva «excesiva», que está motivada por la quema de calorías. Los cambios en la forma de vestir, «usar ropa ancha para ocultar el cuerpo, por ejemplo», son también un síntoma que puede indicar un posible acercamiento a un trastorno alimentario.

También hay que estar atentos a si el chico o la chica tiene una preocupación «excesiva» por el peso, el cuerpo y la imagen en general, si sus pensamientos y preocupaciones por la comida ocupan un gran espacio de tiempo en su vida o si aparecen sentimientos de tristeza, estrés o ansiedad no justificados. Las personas con estos trastornos pueden, además, tener «sentimientos de ineficacia y baja autoestima», completa Nuño.

La actitud del adulto, clave

Los padres, profesores y adultos que se relacionan con los jóvenes pueden hacer mucho para frenar el trastorno o, una vez instalado, ayudar a su recuperación. Y no se trata de fiscalizar al joven o adoptar «una postura de policía», explica la profesora de Psicología, «ya que a la larga será contraproducente».

Tampoco es cuestión de obsesionarse y centrar todas las conversaciones con el adolescente en la comida. Al contrario, Nuño advierte que lo más eficaz es «crear un clima de confianza que propicie la comunicación en casa, permitirle expresar sus emociones y preocupaciones, sin juzgar ni minimizar su importancia y, aunque cueste entender lo que le pasa, mostrarse dispuestos a acompañarlo y ayudarlo». Es importante, además, que los padres se interesen por cómo se encuentra, sin centrarse solo en lo que ha comido o dejado de comer, y preguntarle por su día, por sus preocupaciones.

Cuando se sospeche que tiene un trastorno, «es fundamental que reconozca que hay algo que no va bien e iniciar un tratamiento psicológico», señala la profesora. Por varias razones: porque si la situación es muy incipiente y no es consciente de su problema, es posible que pueda revertirlo cambiando sus hábitos y con el apoyo familiar adecuado. Y porque está demostrado que el éxito en la recuperación es mayor cuanto antes se interviene.

Pero, ¿qué ocurre si no lo reconoce y los padres están seguros de que el problema existe y su hijo, no? En esos casos, la profesora considera que «hay que intervenir aunque la persona no acepte que tiene un problema, sobre todo si se trata de menores de edad», concluye.

Las redes sociales no ayudan

Existen dos millones y medio de publicaciones en internet relacionadas con la anorexia, y casi cuatro millones detrás de los hashtags #ana (anorexia) y #mia (bulimia), que incitan, animan y dan consejos y trucos, sobre todo a las chicas jóvenes, sobre cómo comer menos y ocultarlo. Pero, ¿hasta qué punto puede culparse a las redes sociales del incremento de estos trastornos en la población más joven y vulnerable?

En este sentido, la exposición y exhibición de imágenes perfectas, en muchos casos retocadas, pueden generar una gran presión, más aún cuando nuestros contenidos también están abiertos a la crítica de los usuarios», explica Silvia Martínez Martínez, profesora de los Estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación.

Por otra parte, las redes sociales son hoy en día un lugar de encuentro de personas con intereses en común, que crean comunidades para compartir información y motivarse unos a otros. «Y los trastornos alimentarios también pueden configurar ese punto de encuentro, ese interés común», explica la profesora Martínez Martínez, que dirige el máster universitario de Social Media: Gestión y Estrategia y es investigadora del grupo GAME.

Aurora Cancela Pérez
Aurora Cancela Pérezhttps://www.cronicanorte.es
Aurora Cancela Pérez, periodista, licenciada en Ciencias de la Información y vecina de Colmenar Viejo. Es redactora en Crónica Norte desde 2017. Apasionada de la información local y los viajes.

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